lunes, 31 de octubre de 2011

VERÓNICA SHUMAN

VERÓNICA SHUMAN
Verónica Shuman (Pseudónimo) fue Secretaria Manager de un alto dirigente de televisión y posteriormente de una institución bancaria española importante. Nos unió una gran amistad hasta que desapareció sin dejar rastro de su vida. Joven y hermosa, estaba dotada de una inteligencia administrativa muy notable. La encantaba hablar conmigo y me escuchaba con profundo respeto e interés. Sus últimas palabras de despedida a raíz de nuestros encuentros casi siempre eran estas: “No te me pierdas”. Era una forma cariñosa de suplicarme que estuviera siempre dispuesto a escucharla. Un día me contó que había sufrido una caída muy grave en su casa pero que, por fortuna, había salido ilesa. La razón de la caída fue que volvió a casa después de una gran cena de empresa a altas horas de la noche con una borrachera. Su novio de turno, me dijo, se había enojado mucho con ella por lo ocurrido pero ella no lo comprendía. Yo la hice algunas reflexiones pertinentes sobre el incidente y me respondió que los vinos de la cena fueron de alta calidad y había que aprovecharlos al máximo.

En otra ocasión me pidió por favor que la acompañara a ver una película. Comprendí que ella estaba pasando por alguna situación personal difícil y deseaba hablar conmigo. Yo, que hacía muchos años que no entraba en una sala de cine, accedí a su petición. La verdad es que el film resultó entretenido y no me arrepentí de verlo. Luego hablamos brevemente de sus problemas caminando por una calle tranquila hasta llegar al portal de su casa. Yo seguí mi camino en dirección a la boca del Metro más próximo mientras ella abría la puerta principal del complejo residencial donde vivía. De pronto oí su voz que me llamaba. ¿Algún problema en casa?, la pregunté preocupado. No, replicó, es que me había olvidado de darte las gracias por el tiempo que me has dedicado esta tarde y de despedirme de ti. Me dio un beso en la mejilla y desapareció de nuevo como alma que lleva el diablo. Fue un beso frío que me ayudó a comprender mejor sus problemas personales.

Con la cabeza comprendía que hay que ser agradecidos y ella quería serlo conmigo. Siempre lo fue. Pero de corazón era incapaz de transmitir afecto. Al poner sus labios sobre mi mejilla sentí como si me hubiera puesto dos frías cuchillas cortantes. Cuando llegó el momento oportuno comenté con ella esta anécdota y me dio la razón. Ella necesitaba mucho afecto y lo pedía a gritos como una niña inocente y desesperada. ¿Tú has querido alguna vez a alguien?, la pregunté. Me respondió con un gesto dándome a entender que no. Luego añadió de palabra: “yo soy una mujer arisca”. Además de arisca era autoritaria e intransigente con quien no compartía sus puntos de vista o criterios de conducta. Por ejemplo, criticaba con mucha facilidad a sus colegas de trabajo. Por las cosas que me contaba yo llegué a estar persuadido de que sus colegas la soportaban porque era profesionalmente una joya pero que su trato personal dejaba bastante que desear.

Otro día me invitó a almorzar en un restaurante mejicano donde se servían comidas aliñadas con mucho picante. Ella quiso agasajarme solicitando para mí un menú a su gusto. Pero me negué a ello y elegí yo mi menú prescindiendo de sus gustos. No pudimos terminar felizmente el almuerzo porque empezó a sentir unos dolores de estómago cada vez más intensos a causa de la cantidad de comida que había ingerido cargada de picante. Entonces me acordé de la caída que había sufrido después de la gran cena de negocios y me permití la confianza de hacer un prudente comentario sobre sus excesos en la comida y la bebida. Su respuesta fue sustancialmente la misma. ¿Cómo se iba ella a abstener de un manjar o una bebida que la apetecía?

Verónica Shuman se comportó siempre conmigo como una gran amiga y en algún momento empezó a seguir mis consejos. Baste decir que me confió las llaves de su casa la cual fue durante algún tiempo lugar común de encuentro con sus amigos y admiradores. Un día me llamó para hablar de sus problemas sentimentales. La había salido al paso un hombre con el que se había ilusionado y deseaba que yo le conociera y la diera mi opinión sobre él como posible marido. Le había invitado a dormir con ella y pensó que, por fin, había encontrado al hombre de su vida. Yo traté de hacer tiempo para evitar el encuentro con aquel hombre pero ella se apresuró a presentármelo.

¿Qué te ha parecido?, me preguntó cuando quedamos solos. Se lo dije con toda claridad y felizmente no hubo necesidad de hablar más de este asunto. Verónica había roto el círculo familiar de gente rica buscando la libertad personal pero vivía en el error generalizado de que el amor sólo existe cuando hay disfrute sexual y enamoramiento. Como era una persona muy inteligente cayó en la cuenta de que ahí radicaban muchas de sus desgracias sentimentales. Un día la invité a comer en un restaurante vecino a su despacho laboral. Ambos presentíamos que mis obligaciones asistenciales a mi padre enfermo y los compromisos académicos terminarían reduciendo al mínimo nuestros encuentros. De ahí sus palabras de despedida: “no te me pierdas”.

Pues bien, llegamos los primeros al restaurante y tomamos asiento confortablemente frente a frente. Yo la encontré tan elegante como siempre pero con el rostro triste y físicamente desmejorada. Elegimos el menú y tan pronto desapareció el camarero me miró a los ojos con tristeza al tiempo que con sus manos me descubría delicadamente sus pechos. Vale, le dije. Sus pechos ofrecían un espectáculo aterrador comparable al de una superficie de bosque florido abrasado por las llamas de un incendio. Me habló del severo diagnóstico clínico y el tratamiento “de caballo” al que estaba sometida para controlar la tragedia. Tengo así las tres cuartas partes de mi cuerpo, añadió. La desgracia, precisó después, había comenzado durante sus recientes vacaciones estivales en la playa. De momento todo estaba bajo control y en el trabajo nadie se había apercibido de su problema. Admiré su buen estado de ánimo, nos despedimos y nunca más volvimos a vernos ni a comunicarnos. Un día que pasaba yo por la zona donde vivía pedí información sobre ella al portero de su casa y me dijo que hacía mucho tiempo que se había marchado de allí con alguien sin dejar rastro de su paradero. ¿Qué habrá sido de aquella hermosa, inteligente y atormentada mujer? ¿Superó felizmente la terrible enfermedad contraída y entendió de una vez por todas que el amor humano ha de ser personal y no sólo sexual o de enamoramiento? Niceto Blázquez, O.P.